Grandes relatos pulp de baratillo presenta...
Die Golemdämmerung - El crepúsculo de los dioses gólems
"Entonces Yahvé el Señor modeló al hombre de arcilla del suelo,
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente."
- Génesis 2:7
Era una noche de Sturm und Drang en el Protectorado de Bohemia y Moravia, y Hans y Fritz, soldados rasos del ejército alemán del Tercer Reich, se resguardaban de la tormenta bajo un destartalado balcón cerca del barrio judío de Praga.
Fumaban con sus carabinas Mauser colgadas al hombro, deseando que llegara el final de su ronda para irse a beber Schnaps y tal vez con suerte levantarse a unas Fräuleins, pero el aciago demiurgo que acecha siempre hasta al más común de los mortales no tenía reservados para ellos tan teutónicos placeres.
- Creo que he oído algo, Fritz.
- Scheiße, Hans, no me jodas. Tú siempre oyendo algos. Si quieres mojarte ves a mirar, anda. Yo te espero aquí.
- Jawohl, mein Kamerad.
- Si ves cualquier cosa, avisa. Condenado Hans.
Hans regresó al cabo de unos minutos. Estaba calado hasta los huesos y jadeaba tras haber corrido todo el camino de vuelta. Nada más recobrar el aliento, realizó una pregunta la mar de rara:
- Eh, Fritz. ¿Tú sabes algo del arte degenerado ese de los negros y los judíos?
Fue decir esto y los cielos se partieron en dos con una serie de rayos y relámpagos cegadores seguidos de un ensordecedor trueno.
- ¿Qué clase de pregunta es esa, Hans? ¿Arte degenerado, dices?
- Sí, ya sabes, el Entartete Kunst que nos decían antes de la guerra: El arte bolchevique diseñado para corromper la pureza de la raza alemana y todo eso... Te lo digo porque dos calles más abajo nos han dejado una pieza escultórica.
- ¿Qué? ¿De qué cojones me hablas, de una estatuilla? ¿De un retablo?
- Se trata de una obra de gran formato. Deberías venir a verla, Fritz. Para mí que es arte degenerado del gordo.
La lluvia había comenzado a remitir y en su lugar se levantaba una densa niebla. Hans y Fritz se dirigían al lugar alumbrando el camino con sus lámparas de queroseno, arrojando sombras ominosas sobre la entartete Architektur del vacío gueto de Praga mientras negociaban la marcha por sus estrechas callejuelas.
Acabaron en un cruce completamente desierto.
- ¿Y bien?
- Joder, estaba aquí, Fritz, te lo juro. Era una estatua enorme, vagamente antropoide. Tendrías que... Espera, mira, ¡ahí está! - señaló Hans a sus espaldas.
- Gott im Himmel! - exclamó Fritz al volverse. - Tenías razón, Hans: ¡Qué monstruosidad, qué horror, qué despropósito estético! Si el Dr. Joseph Goebbels pudiera ver esto seguro que le daba un patatús.
Era una figura tan imponente como malformada, de rasgos torpemente cincelados. Debía medir unos cuatro metros de altura y su expresión era claramente la de un anormal. Pero, a pesar de su pobre ejecución, la obra en su conjunto no estaba exenta de pathos, como si aquella cosa grotesca pudiera verse a sí misma y se preguntara: ¿Quién me creó así y por qué, por qué cojones me hizo tan feo? ¿POR QUÉ?
- Parece como expresionista o impresionista o algo, ¿no crees, Fritz?
- No sabría decirte, Hans. Yo de arte no tengo ni idea pero que es modernista y eso a mí me lo parece un rato... Mein Gott, fíjate qué técnica tan burda. Es patético.
- ¿Y qué me dices de su tamaño? Debe pesar como toneladas o así. Es imposible que un artista local, por muy degenerado que esté, pueda hacer esto solo.
- ¿Tal vez un colectivo de artistas degenerados?
Fritz se acercó para comprobar los materiales empleados y examinar el uso de las texturas cuando - oh Schadenfreude, der Zeitgeist und die Weltanschauung! - ¿podrán creerme si les digo que la estatua, por sí misma y por su propia iniciativa, se comenzó a mover, toda sola?
- ¡Esa cosa está viva, Fritz! ¡Agáchate! Achtung! Achtung!
Fritz se zafó del brutal y repentino abrazo de la criatura dando un salto de medio lado del todo indescriptible en 1943 - fue un poco así como de Chiquito de la Calzada - y, apartándose todavía más, le gritó a su compañero und Kamerad:
- Verdammt, Hans, ¡dispárale! ¡Dispara! ¡Cose a tiros a esta mierda!
Hans abrió fuego contra la muestra de arte degenerado itinerante, una, dos, tres, cinco veces, accionando la manija del cerrojo tras cada disparo hasta vaciar de balas el depósito de su Mauser Karabiner 98 Kurz.
Mas aquel ente o lo que fuera aquello, lejos de detenerse, continuaba avanzando hacia ellos, imperturbable. Era desde luego para echar a correr, y Fritz y Hans así lo hicieron, como alma que lleva el diablo.
- Schnell! Schnell! ¡Rápido! ¡Rápido! - gritaba Hans.
- Los! Los! ¡Vamos! ¡Vamos! - iba detrás Fritz.
El sonido de sus botas retumbaba sobre los adoquines. Cuando por fin se atrevieron a volver la vista atrás, aquello seguía persiguiéndoles dando grandes zancadas, pero, seamos francos, tampoco es que esa cosa fuera a ganarles en una prueba de velocidad o algo, por lo que rebajaron el paso y caminaron más lentamente, intentando recuperar el aliento.
- ¿Sabes qué, Fritz? Creo que eso no era ningún tipo de arte vanguardista y sí en cambio un gólem.
- ¿Un qué?
- Un gólem. Una talla animada que defendía a los judíos durante los pogromos o algo. Se trata de una leyenda medieval sionista o así. Verás, hubo una vez en la Edad Media un rabino que se hartó de que a los judíos les estuvieran siempre pisando los huevos, por lo que creó con sus propias manos una gran estatua de arcilla para que cumpliera sus órdenes e hiciera siempre su voluntad.
- O sea, como un artista degenerado.
- Exacto. Y ahora viene lo más jodido: del mismo modo que Dios creó a Adán a partir de un puñado de tierra al que insufló un soplo de vida, así creó el rabino al gólem, sólo que él se valió de una suerte de vudú hebreo o maldición judaica o algún tipo de magia negra kosher, ¿entiendes?
Fritz entendía a la perfección, y no se le escapaban las graves implicaciones que para el Tercer Reich podía tener todo aquello:
- Tío, pues si esa cosa defiende a los judíos, estamos jodidos.
Llegaron por fin donde habían dejado aparcada su BMW R75 y, como es natural, comenzaron a reñir por ver quién iría en la moto y quién en el sidecar. Os contaré un secreto de la Segunda Guerra Mundial: Nadie, nadie en su sano juicio en todos los ejércitos del Eje quería ser nunca el gilipollas que iba en el sidecar, sobre todo si podía elegir ser el que iba en la moto o ir en autobús o simplemente andando.
Y no es sólo que la mierda del sidecar te hiciera polvo la rabadilla, o la escasa por no decir nula seguridad en caso de accidente. Era sobre todo por lo ridículo de ir sentado tan bajo, con esa mierda de suspensión que te hacía sacudir la cabeza como si fueras un enano con el cuello hecho de muelle. Joder, ser el gili del sidecar era la hostia de degradante. Como te viera una Fräulein cachonda metido en una cosa así ya podías despedirte de follar por lo menos en siete meses.
Hans y Fritz estaban jugándose a los chinos quién iría en la moto y quién en el sidecar - ya iban por la semifinal al mejor de tres -, cuando un trozo de pared arrancada de vete tú a saber qué cayó cerca de donde estaban.
- Der Golem! - gritaron al unísono, junto a una explosión de ladrillos.
Fritz, el más maduro con diferencia de los dos, acabó transigiendo: vale, vale, ya iría él en el puto sidecar, joder, y eso que en verdad no le tocaba.
Hans intentaba ahora arrancar la motocicleta, que mucho BMW y tal pero la cabrona no había forma de ponerla en marcha, seguramente por culpa del cárter o el cable del encendido que estaría kaputt. Desesperado, se volvió a su compañero.
- Rápido, avisa al cuartel y diles que Achtung o algo.
- ¿Y qué cojones te crees que estoy haciendo? - dijo Fritz sujetando las dos partes del telefonillo con las manos. - Hallo? Hallo? Der Kaserne? Hallo?
El gólem se les echaba encima y no había tiempo que perder.
- Los, los, venga, enciéndete, schnell, schnell!
La mole mongoloide del gólem se encontraba ya sobre ellos y alzaba sus puños para molerlos a golpes, y Hans gritó, volcando sin querer la lámpara de queroseno que se fue a romper justo dentro del sidecar, y Fritz estaba como: ¿Qué? ¿En serio?, y ahora los dos se retorcían entre las llamas, y aquel monstruoso y misterioso ser los contemplaba arder, quieto como una estatua.
- Aaargh, tío, Goebbels tenía razón: El arte degenerado... es una mierd...
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CONTINUARÁ...