Mi viaje a Marruecos con Xavi.
Un relato sobre la amistad, el desierto y una botella de Stolichnaya.

Hay ocasiones en la vida en las que un hombre tiene que dejar lo que sea que está haciendo y tiene que empezar a parecerse un montón más a James Bond. Y no me refiero necesariamente a esa parte en la que James Bond está rodeado de putas y de coches caros, sino al concepto general de James Bond, cualquiera que sea.

Así que, cuando mi amigo Xavier Domènech me llamó por teléfono para proponerme viajar con él a Marruecos, supe enseguida que estaba ante una de esas ocasiones. Lo tenía claro: era mi momento. Había llegado una nueva oportunidad de molar mucho.

Si alguna vez vais a Marruecos, no olvidéis imprimir este mapa. Podría salvaros la vida.

Mi gran mapa de Marruecos.

Partiría de Barcelona el 11 de Marzo hacia Madrid, para coger al día siguiente un vuelo con destino a Marrakech, previa escala en Casablanca. Una vez en Marrakech, el recorrido del viaje había de ser: Rissani, Merzouga, el interminable desierto del Sahara, las playas de Essaouira, de nuevo Marrakech, y de ahí, a la inmortalidad.

Mientras hacía el equipaje repasé mentalmente cuanto sabía de Marruecos. Sabía, por ejemplo, que allí es obligatorio - por ley - regatear el precio de cualquier cosa durante un mínimo de cinco minutos. El fallo en hacerlo supone la pena de muerte, siempre. También sabía que Marruecos es el primer productor de hachís del mundo. Si a esto le añadía palmeras y camellos, algo de terrorismo internacional y gente lanzando a nuestro paso bebés incendiarios, podía hacerme una idea de lo que iba a ser nuestro viaje.

Metí en una bolsa de lona algo de ropa, mi cepillo de dientes, una botella de vodka, bloc de notas y bolígrafo, 250 euros europeos y un ejemplar de "Moby Dick", y ya estaba listo para bailar Rock & Roll donde fuera.

Pero antes de presentaros a mi equipaje debería hablaros de mi compañero en esta aventura: Xavier Domènech. La verdad es que no tengo palabras para describirlo, y no creo que vaya a tenerlas nunca. Eso es porque Xavi es más que un amigo: Xavi es ROBOCOP. Para que os hagáis una idea del tipo de compenetración necesaria entre dos personas para llevar a cabo un viaje de estas características, reproduzco a continuación parte de la conversación que tuvo lugar durante la preparación del equipaje de Xavi, una puta hora antes de que saliera el avión del aeropuerto:

Xavi: Tío, me llevo también pastillas para la diarrea.
Carlos: Huh..., bueno. Pero ¿es necesario decir esa palabra?
Xavi: ¿Cuál? ¿"Diarrea"?
Carlos: Sí, esa en concreto. [Pausa dramática]. Escúchame bien, Xavi: Hagas lo que hagas, suceda lo que suceda, no vuelvas a decir esa palabra en todo el viaje, por favor.
Xavi: Diarrea.
Carlos: Vaya, la has dicho. Imagina que es una palabra tabú y que si la pronuncias de nuevo, un rayo cegador caerá del cielo, fulminándote en el acto. A ti y a tus partes.
Xavi: Diarrea.
Carlos: *Ungh*. La has vuelto a decir, Xavi, y eso NO ES como hacerme caso. Está bien: Piensa que, si la dices otra vez, un dios oscuro y omnipotente te condenará para siempre a ser perseguido por esa palabra.
Xavi: Diarrea.
Carlos: Cojonudo, Xavi.

¡Nosotros!

Es posible que os estéis preguntando cómo dos tipos como nosotros se las arreglaron en Marruecos. La respuesta es sencilla: no nos las arreglamos.

Marrakech, ciudad de hachís y de croissants.

Si algo he aprendido a lo largo de mis numerosos viajes alrededor del mundo - joder, siempre quise escribir esto - es que las personas son más o menos iguales en todas partes. En serio. Más altas, más bajas tal vez, pero casi siempre la misma cosa. Por supuesto, no es necesario recorrer el globo para darse cuenta de esto. A la mayoría de la gente que conozco le suele bastar con un poco de sentido común y un par de reportajes del National Geographic. En cualquier caso, yo prefiero viajar. Tiene más estilo.

Y, para viajar con estilo, el ser humano aún no ha inventado nada mejor que el avión, salvo los camiones con trailer y las motos esas de cuatro ruedas. Pero en avión, digan lo que digan las estadísticas, se viaja más seguro. Nuestros dos vuelos, por ejemplo, hubieran transcurrido sin incidencias, de no ser por la vez en que el capitán nos habló por radio, momentos antes de despegar de Barajas:

"Señoras y señores, mi nombre es Capitán Misterio y quiero darles la bienvenida al vuelo 341 Bushido Zero Ice de la compañía Royal Air Marroc. Hoy volaremos a una altitud máxima de 9000 pies y viajaremos a una velocidad media de 1,5 veces la palabra 'joder' yendo desde mi boca hasta sus oídos, lo que - sí, ya lo sé - es una locura. Les recordamos que no está permitido fumar a bordo, lanzar bombas a bordo, tener bombas a bordo, o cualquier cosa que tenga que ver con bombas mientras estén a bordo, salvo no tenerlas, claro, que sí está permitido."

[Aquí hubo unos ruidos raros y luego un silencio, y luego otra vez ruidos.]

"Hola, soy el capitán de nuevo. Por favor, olviden todo lo que dije antes de las bombas. En breve llegaremos a nuestro destino: Marruecos, país de la aventura y la pasión y, para muchos de ustedes, el Shangri-la de las drogas blandas. Cabrones. Les recuerdo que está prohibido fumar a bordo y que, probablemente, lo seguirá estando durante el resto del viaje. Gracias."

NOTA: Esto es una transcripción literal al castellano de lo que nos tradujeron las azafatas a lenguaje de sordomudos de todo lo que nos dijo el piloto en árabe a través de unos altavoces de mierda, por lo que es probable que el verdadero discurso del Capitán Misterio, tristemente, se haya perdido para siempre.

Aterrizamos en Marrakech en torno a la medianoche, como agentes secretos en medio de una misión secreta. Todo iba razonablemente bien, hasta que fuimos a sacar dinero del cajero automático del aeropuerto y la tarjeta de crédito de Xavi se quedó dentro, atascada, sin darnos antes un maldito Dirham.

- La hostia, macho: No llevamos ni cinco minutos sobre suelo marroquí y ya estamos jodidos.

No sabría deciros con exactitud cuántos golpes pude darle a aquel cajero automático antes de que los guardias armados del aeropuerto acudieran en su rescate, pero ya estaba decidido a protagonizar el incidente diplomático más grande de todos los tiempos - quería arrancar el cajero del suelo, alzarlo sobre mi cabeza y tirárselo a los policías (al embajador español en Rabat se le hubieran caído los huevos al suelo) - cuando mi buen amigo Xavi recordó que tenía en alguna parte una tarjeta de crédito de repuesto, por lo que finalmente pudimos anular la atascada por teléfono y salir de allí corriendo tapándonos la cara.

En nuestra huida del aeropuerto, sin embargo, cometimos el error de contratar los servicios de Said, le taxiste. Por contarlo mal y rápido: el tipo cabrón nos llevó por donde quiso y comenzó a aplicarnos tarifas extrañas que no venían a cuento, justo como en la película Ishtar.

Por lo menos, con tanta vuelta, tuvimos oportunidad de echar un vistazo a la ciudad.

De noche, Marrakech es una especie de sueño sórdido y naranja. Recuerdo que vimos un McDonalds a lo lejos. "Eh, Xavi, un McDonalds", dije, y Xavi, adivinando que en realidad decía: "Eh, Xavi, vayamos a ese McDonalds", respondió: "No jodas. PASO, TÍO".


NINJA!!!!


En esta fotografía queda clara mi dualidad: Por una parte soy mitad ninja, y por la otra, sólo sombras y misterio.

Al llegar al hotel cogimos las bolsas y le aplicamos al taxista la tarifa especial de "no tenemos dinero, lo sentimos",

y nos fuimos sin pagarle.

El sitio donde íbamos a pasar la noche era oscuro, siniestro y apestaba, y ni siquiera era barato, pero desde luego era mejor que quedarse fuera en la calle, viendo como Said el taxista nos declaraba la guerra santa.

- Coño, - pensé, mientras me tumbaba en la cama, encendía un porro y abría "Moby Dick". - nuestro viaje no ha hecho más que empezar y ya estamos molando mucho.

A la mañana siguiente, tras una buena ducha y un afeitado más o menos riguroso, conseguimos dirhams con la tarjeta de crédito de repuesto de Xavi y estuvimos vagando un rato, despistados, por los alrededores de la Medina.

Hacía un tiempo excelente. Xavi compró postales y desayunamos croissants y coca-cola. Llegados a este punto debería aclararos que Marrakech no huele a nada. Lamento joder el tópico, pero es así, aunque yo tampoco soy una autoridad en olores: fumo tabaco desde los dos años y medio y la última vez que olí algo creo que tuve que incrustármelo en el cerebro. Lo que sí puedo confirmar es que Marrakech es una ciudad muy bulliciosa.


Xavi, en la plaza Djemaa El Fna


Xavi, siempre listo para combatir el crimen, posa para la posteridad en la plaza Djemaa El Fna, momentos antes de que nos timen con el hachís.

Por ejemplo, en la plaza Djemaa El Fna fuimos asaltados por un tipo armado con una serpiente y por su fiel escudero, un capullo que leía la mano y te deseaba suerte.

Y éste no fue nuestro único encuentro con el crimen organizado de Marruecos. Minutos más tarde, y a cien metros escasos de allí, conocimos a un hombre muy amable que se ganaba la vida vendiendo hachís a los turistas estúpidos como nosotros.

Cuando nos dimos cuenta de que lo que sosteníamos en la mano era, efectivamente, un pedazo de "vete tú a saber qué coño es esto", el tipo que nos lo había vendido estaba demasiado lejos como para estamparle un par de reclamaciones en la cara y nosotros ya no molábamos. Nada.

¿Qué hubiera hecho James Bond en un caso así? Buena pregunta. Probablemente, disparar a todo el mundo, pero eso estaba lejos de mi jodido alcance.

- Tal y como yo lo veo, Xavi, que le den por el culo a Marrakech.

Fuimos a la estación de autobús y compramos billetes para Rissani. En la ventanilla había trece personas además del encargado (¿Amigos? ¿Familiares? ¿Una boda?). Nos indicaron que nuestro autocar salía esa misma tarde e insistieron, mediante señas, en que dejáramos las maletas allí. Xavi y yo les hicimos caso, aunque yo insistí, también por señas, en que el primero en tocarlas era un trozo de carne muerta en lo alto de una puta estaca.

"Coca-cola" en bereber o algo.

Nos sentamos en la terraza de un bar, frente a un par de coca-colas. Joder, estaba harto de esa ciudad. Desde que pusimos el pie en ella nos seguían cinco moscas a todas partes y, cuando conseguíamos despistarlas, venían cinco más. No sé si Marrakech nos odiaba, pero yo, desde luego, sí lo hacía.

El destino, sin embargo, no había dispuesto que nos fuéramos de allí sin nuestra pequeña porción de dignidad y, de algún modo (el destino siempre encuentra el medio), nos puso en contacto con Mohammed.

Mohammed era un bereber bajito, con chilaba y bigote, bonachón, que se presentó a Xavi en la terraza del bar donde estábamos sentados, cerca de la estación de autobús. Dijo: "Todos los moros son malos. En Marrakech gente mala. Todo hachís". Dijo: "Yo bereber, no hachís, nunca. Yo ser bueno, yo amigo". Dijo: "Venid a mi casa, os daré de comer".

Nada en su discurso me impresionó lo más mínimo, pero Xavi tenía una corazonada, así que seguimos a aquel hombrecito por el interior de la Medina hasta llegar a su casa, donde nos descalzamos antes de entrar e hicimos otras cosas al parecer típicas de Marruecos, como tomar té marroquí con pastas de té marroquíes y luego quedarnos un rato mirando el techo sin hacer realmente nada.

Carlos: Todo esto está muy bien, amigo Mohammed. De verdad. Nos has dado de comer y de beber, y te lo agradecemos, pero Xavi y yo nos estábamos preguntando si sería posible hacer negocios contigo. "Negocios", ya sabes. Sí, sé que eres bereber y que los bereberes no hacéis este tipo de cosas, y soy consciente de que insistiendo me arriesgo a despertar tu cólera, pero antes de que te enfades con nosotros y nos claves un cuchillo o algo, piensa que esto no es como si nos hubieras ofrecido pasar la noche con una de tus hijas y nosotros te la hubiéramos rechazado. Por el amor de Dios, ¡si Xavi y yo sólo queremos un poco de hachís!

Mohammed nos miró fijamente, acaso juzgando la clase de personas que éramos, y repitió entonces, palabra por palabra, el rollo ese de ser bereber, pero esta vez añadió que, si bien él despreciaba a los hombres que fumaban hachís, despreciaba mucho más a aquellos que rechazaban acostarse con sus hijas - esos eran los peores, decía -, y que, aunque él en realidad no tenía hijas, mi discurso le había emocionado tanto que tal vez pudiera hacerse algo respecto a nuestro pequeño problema, ya que tenía un primo que...

En casa de Supermohammed

No hará falta que os diga que éstas fueron las palabras más dulces que había oído desde que estaba en Marruecos.

Al salir de la Medina y de su laberinto de calles que a nada olían, Xavi y yo nos mostrábamos aliviados.

- Qué te dije, ¿eh? ¿Qué te dije? DE PUTA MADRE.

Puede que Marrakech no sólo no nos hubiera ayudado a demostrar que nuestros dos pueblos podían coexistir en paz. De hecho, puede que Marrakech nos hubiera dado una paliza.

Pero ahora teníamos lo que habíamos ido a buscar, y aún había esperanza para nosotros.

Ya en la estación de autobús, recogimos nuestro equipaje y, con la ayuda de una coca-cola y dos croissants más, nos preparamos mental y anímicamente para partir hacia el sur, hacia el gran desierto del Sahara, donde descansaríamos de nuestras locas aventuras, bebiendo vodka, fumando hachís y golpeando a otros turistas.

 

[CONTINUARÁ... ]