Un fascinante viaje al centro de la historia del entretenimiento electrónico, en tu propio idioma.
Hay juegos buenos, juegos muy buenos y auténticas obras maestras, y luego está Elite, uno de esos programas que te hacen adorar cada miligramo de silicio que contiene tu ordenador. Programas que te mantienen despierto toda la noche cuando tienes 12 años, y a los que juegas con un diccionario de inglés al lado (porque uno quiere saberlo todo cuando tiene 12 años).
Elite fue el primer simulador espacial del que la Tierra tiene noticia y trajo por primera vez a nuestros ordenadores la inmensidad del cosmos, los combates entre naves que tanto adorábamos de las películas y las primeras tres dimensiones que yo recuerdo en mi ordenador.
En Elite podías ser minero, comerciante, cazarrecompensas, contrabandista o pirata, lo que te viniera en gana. Incluso podías serlo todo a la vez.
Y navegar sin prisa alrededor de un sol naranja, esperando llenar el depósito de combustible, o asaltar cargueros Python apostado al otro lado de una estación Coriolis repleta de naves policía. Transportar medicamentos a sistemas necesitados o hacerte rico comerciando con armas, esclavos y narcóticos. Rondar los sistemas anarquistas en busca de piratas a los que combatir o recoger minerales de asteroides errantes, en una galaxia perdida.
David Braben y Ian Bell fueron los autores de esta maravilla, probablemente la única cosa más sexy que Carrie-Anne Moss en bañador, y - lo creáis o no - no recibieron el premio Nobel por ello.
David Braben y Ian Bell crearon "Elite" en 1984 y no ganaron el premio Nobel con ello, así que supongo que es un gran honor para mí no haberlo recibido tampoco.
El juego comenzaba situándote en la órbita del planeta Lave. a los mandos de una nave Cobra MK III equipada con tres misiles rastreadores y un depósito de combustible. Se te proporcionaba además la no bonita suma de 100 créditos espaciales, o sea: una puta miseria, pero a medida que ganabas dinero podías invertir en la nave y realizar en ella modificaciones, tanto en su armamento como en su capacidad de carga.
Además del libre albedrío y del tema de mejorar tu nave, lo verdaderamente acojonante de Elite era... todo.
El universo en el que transcurría aquella aventura no era un simple escenario, sino un entorno real y amenazante que respondía a tus acciones. Si, por ejemplo y por lo que fuera, te daba por asaltar a comerciantes indefensos o a, digamos, traficar inocentemente con narcóticos, podías apostar el cuello a que un buen montón de naves policía iban a organizarte un comité de bienvenida para cuando llegaras a la estación espacial de turno, los muy hijos de puta.
Y no sólo eso: a medida que tu fama como piloto se extendía, los piratas que te ibas encontrando en tus viajes entre planeta y planeta estaban más y mejor equipados.
Además, cada sistema era diferente, ya fuera por sus habitantes, por su régimen político o por su nivel tecnológico. Así, se podían aprovechar - y mucho - las diferencias entre los mercados de un planeta industrial y democrático y uno comunista y eminentemente agrícola, o sufrir en carne propia la falta de ley y orden en un sistema anarquista, por citar sólo un par de ejemplos.
Una Cobra MK III perseguida por un estúpido pirata del espacio
Las naves de la policía se llamaban Vipers, y eran guapísimas.
Los malos oficiales en "Elite" pilotaban Thargoids. La piel de gallina, tíos.
Las primeras partidas a Elite las hice en mi Amstrad CPC 464, pero donde de veras disfruté de este juego fue a partir de 1989 en mi adorado Atari ST. O tendría que decir "disfrutamos", porque en aquellos tiempos (teníamos dieciocho, diecinueve años) los intrépidos Javier Guillot y Manel Navarro se presentaban por mi casa dos o tres mañanas por semana para jugar (nunca sabré cómo lograron terminar la carrera esos dos vagos).
Hace tiempo, todo sistema que se preciara tenía una versión de "Elite".
Tampoco consigo recordar el nombre del personaje de Manel, pero el mío era "Jameson" (venía por defecto) y el de Javi, "Redfox". Al principio se llamaba "Red Eagle", pero algún capullo le dio un puñetazo al teclado del Atari y la letra "A" dejó de funcionar (fui yo).
Pero aun sin tecla "A" - que activaba una bomba nuclear que debía molar mucho, me temo - los comandantes Jameson y Redfox resultaron ser los más grandes bastardos de la galaxia. La obsesión de Javi por destruir una estación espacial le costó más de una vida. Ni que decir tiene que no lo consiguió nunca (era imposible), pero - y eso le honra - he de decir que jamás dejó de intentarlo. El retrato de Redfox debía colgar en las cabinas de todos los Vipers del universo sobre la leyenda: "DISPARAR PRIMERO, PREGUNTAR DESPUÉS. ÓRDENES ACTUALIZADAS: SÓLO DISPARAR."
Mi cruzada personal no era mucho más sencilla: ansiaba alcanzar el status de "Elite", el rango máximo de puntuación. Terminar el juego, vamos. Y, mientras eso llegaba, me dedicaba a asaltar cargueros solitarios o a comerciar inocentemente con narcóticos.
Nos reímos mucho con Elite. Recuerdo la vez que Manel estrenaba computadora de aterrizaje (un sofisticado invento que te libraba del trance de alinear la nave con la entrada de las estaciones espaciales siempre en movimiento) y su máquina RECIÉN ADQUIRIDA decidió de repente dejar de funcionar. Menudo viaje de inauguración: treintaicinco toneladas de pastillas juanola y un piloto indignado esparcidos por el universo, amigo.
O la primera ocasión en que a uno de nosotros se le encomendó la misión de cazar una nave espacial del ejército que había sido robada, la "Constrictor". Wow. Flipábamos con este juego. Joder.
Elite era como "2001, odisea en el espacio", pero sin monos. Salvo cuando jugábamos Javi, Manel y yo, claro.
El Comandante Jameson resultó ser un espectacular ejemplo de hijo de puta forrado de pasta armado hasta los dientes.
Planeta agrícola, pobre y sin gobierno estable. Ese pobre pájaro azul está pidiendo drogas a gritos.
Un carguero Python despega de una estación espacial Coriolis. Yo lo vi primero.
CÓMO JUGAR HOY A ELITE: Como hay una versión de este juego para todos los sistemas que hayan existido, medio-existido o no existido jamás, la opción a emular es vuestra, aunque, os lo advierto: muchas de estas versiones de Elite han sido juzgadas por mí como insoportables tras los cinco primeros minutos de complacencia nostálgica de rigor. De todos modos, en la página personal de Ian Bell las encontraréis todas.